TRAGHEDEA DE AMOLLLLLLL. cap. 1. Kiko Bótalle o Veneno.

Mientras Ryan Manuel manejaba la Husqvarna con su pulcritud y meticulosidad habituales, Yurisleidy paseaba distraída por la finca en un magnífico corcel que su padre le había regalado, en un fresco que parecía repetirse cada día. Ryan Manuel contemplaba aquel cuerpo perfecto con los ojos tatuados por un profundo y desnudo amollllll, mientras se repetía una y otra vez las mismas palabras, quizás recordando sus orígenes familiares allá en el lejano Trasbar, tierra de sus ancestros: “bufffff, miña nai querida... cago nas estrellas, que boa está a nemonia... merda, xa me puxen morcillón. Hala, outra vaca no maíz... así, sube, sube, xa estou outra vez coma un chantón... ¿Joder, e ahora que fagho? Hoxe non me vale a excusa de agacharme apañar algas...” El cruel silencio en el que tenía que ocultar tan profundos y bellos sintimientos se le hacía más insoportable y agobiante a cada rato, como la vida en prisión o una canción de David de Mary. Yurisleidy era su amollll, su único amollll, y jamás había tenido ojos para otras chicas. Sobre decir que Ryan Manuel era, además de feo y tonto, virgen, a pesar de guardar, además de un cariño entregado, un rifle de treinta y cinco centímetros bajo el pantalón.

Por su parte, Yurisleidy era una auténtica experta del amolll. Siempre fue una chica linda, buena y elegante, y a su alrededor pululaban numerosos pretendientes de toda condisión. Había sido desvirgada, sin demasiado placelllll, por un Beckham de pueblo a la tierna edad de quince años. Luego viajó a España para ser, durante algún tiempo, groupie de Xil Ríos, hasta que el estupendo cantante, siempre sobrado de hembras, le rompió cruelmente el corazón. Juró nunca volver a enamorarse, pero la fuerza del destino (nótese nuestra admiración por Mecano) traería de nuevo a su pecho aires de traghedea de amolllll. Yurisleidy mataba su tiempo paseando en su caballo, leyendo a Antonio Gala y bajando al Starbucks para conversar de soccer con sus amigos Harold Lozano y Edwin Tenorio, alias Santi y Vizcaíno. Estaba matriculada en la carrera de música para cumplir un viejo deseo de sus padres, pero le resultaba difícil estudiar sabiendo que tenía el futuro solucionado. Su opinión sobre Ryan Manuel era concisa y concreta: es un auténtico tullido. Sin duda le tenía bastante cariño, pero puestos a elegir, prefería a su compañero de facultad Efluvio de Amolll, mucho más guapo, culto y refinado; en realidad, pensaba en él escuchando canciones de Platón y Viceversa (los discos de Xil Ríos ya los había quemado), aunque le daba miedo y vergüenza reconocerlo, luego de haber sido tan trághecamente golpeada por la vida.

El tercer protagonista en cuestión de este triángulo de celos, pasión y dolor, era Efluvio de Amor Gutierres. Un tipo inteligente, adinerado y apuesto, que sin embargo tenía una extraña obsesión por las mujeres con obesidad mórbida, por la cual sus amigos le habían acuñado el bien ganado mote de papamostrencas. Efluvio era un magnífico jugador de ajedrez y había ganado distintos certámenes de poesía, que le valieron la satisfacción de poder ver su primer libro publicado, Y comí el caldo en un garapaldo. Su tendencia al volumen y a la grandilocuencia se vio por una vez frenada el día que conoció a una flaquita con encanto, Yurisleidy Felnandes. A partir de entonces, siempre pensó en ella como su amante y futura esposa, aquella que había de ayudarle a tomar las importantes y duras decisiones que supone tener que gastarse una fortuna, es decir, comprar Porsche o Ferrari. Tal y como estaban las cosas, nadie parecía interponerse en su camino. Y así lo pensó cuando la invitó a cenar. “Es que verás, mi dulsesita flor del pitiminí, plomesa de amollll cumplida pol el Señollllllll... me han dicho mis amigos del Viveiró que tienen una ropa vieja estupenda y que si no vamos, les va a pasar mal...” Ante tan irrechazable propuesta, ella no podía contestar de otra manera que no fuese con la sonrisa y los pezones estimulados por el deseo.